Crónicas Misioneras (tercer entrega ilustrada)
Primeros desengaños. En Oberá hubo un cine. Creo que se llamaba “Gran Rex” pero no estoy seguro. Ahora no hay, desde que se inventó el videocable y la videocasetera. Yo era muy chico y me dormía en las películas o no las entendía, pero mi padre me llevaba igual y a mí me gustaba ir. Me acuerdo especialmente de una película de piratas. Yo tendría algo así como seis años cuando mi padre me llevó a ver esa película de piratas. Íbamos solos, sin la molesta y femenina compañía de mis hermanas y mi madre; y a mí me parecía que ir al cine era cosa de hombres, algo que las mujeres no podían comprender. En la película, unos piratas muy malvados capturaban a unos niños en una isla y los sometían a toda clase de torturas (todavía recuerdo con fascinante espanto que a uno de los niños lo mantenían despierto separándole los párpados con escarbadientes). A lo lejos, en el mar, una fragata norteamericana no se enteraba de lo que sucedía en la isla. Contra mi voluntad, me puse a llorar en forma irreme