Crónicas Mundiales
Confesión No me gusta el fútbol. Ni verlo, ni escucharlo, ni jugarlo. Sé de otra gente que padece el mismo problema y le da un tinte excéntrico, intelectual. A mí, por el contrario, me avergüenza. No me gusta el fútbol –lo confieso-, pero me gustaría que me gustase. He hecho intentos. Por ejemplo, fui a ver a Gimnasia a todos los partidos de aquella primera y memorable campaña en que salió segundo por un pelito, pero no hubo caso; solía estar más atento a lo que sucedía en las tribunas que en el campo de juego. Fui cambiando de cuadro con la esperanza de encontrarle el gustito a la cosa (las pocas veces que lo confieso, esto suele causar horror y desprecio en las buenas gentes). Fui hincha sucesiva y cronológicamente de Estudiantes, de River, de Boca y de Gimnasia. Finalmente, y hace unos años, me hice hincha de Guaraní Antonio Franco (y viajé a Posadas a verlo jugar la final con el Godoy Cruz de Mendoza por el ascenso al Nacional B, un lamentable cero a cero que nos dejó afuera). Ser