La bomba


Un seis de agosto como hoy, pero de mil nueve cuarenta y cinco, estalló la bomba que en un solo segundo mató a cien mil japoneses. Pocos años después -en 1953- la Unión Soviética hizo su primer ensayo nuclear y quedó inaugurada la guerra fría.
La doctrina militar que animó esa guerra es bien conocida: la mutua destrucción asegurada. En realidad, es la doctrina militar norteamericana. De la doctrina militar soviética -si es que tenían una- nadie sabe (o cuenta) mucho. Lo que se sabe -ahora- es que el arsenal soviético era sensiblemente menor que el norteamericano y su disposición -contra la propaganda yanki que mostraba a los rusos como gente sin corazón- era más bien defensiva.

La mutua destrucción asegurada nos parece ahora una obviedad. Lógico, decimos, usar armas nucleares implica inevitablemente una escalada que vuelve al planeta inhabitable. Ergo, nadie las utilizará. La mutua destrucción asegurada garantiza la paz nuclear. Pero en realidad no fue siempre tan obvio (y no lo es tampoco ahora).

Kissinger y Nixon intentaron en vano modificar la doctrina y sustituirla por la de la guerra nuclear limitada. En Corea, los norteamericanos evitaron el uso de sus trescientas bombas nucleares -contra la opinión de Mc Artur- solamente porque quisieron reservarlas para contrarrestar la ofensiva -que juzgaban inexorable- de los soviéticos en Europa. En Vietnam, un portaviones estaba permanentemente preparado para lanzar un ataque nuclear. En Suez, en Cuba. Hasta dicen que en Malvinas el Sheffield se llevó las armas nucleares al fondo del océano.

Nunca nadie volvió a usar esas armas malditas desde aquellas dos que explotaron sobre los japoneses, pero eso no es ninguna garantía. Ahí están y serán usadas -con seguridad- en el futuro. Clausewitz decía que en materia bélica todo lo posible será real. Es decir, los contendientes harán todo lo que puedan hacer, su único límite es lo posible.

Me atrevo a agregar otro límite: lo imaginable. Las armas nucleares no volvieron a utilizarse -siendo su uso posible- porque sus dueños no imaginaron aún cómo usarlas. Como los tanques, que ya existían en la primera guerra mundial, pero a nadie se le había ocurrido que podían funcionar como caballería y no como artillería. Y así estuvieron quietitos durante toda la contienda, como simples cañones, hasta que los alemanes imaginaron un nuevo uso que estrenaron en la siguiente guerra europea.
Para terminar, algo que me inquieta. Las armas nucleares no son las más adecuadas para los que van ganando. Los vencedores quieren disfrutar su triunfo, conquistar las tierras de los vencidos, acostarse con sus mujeres, expoliar a sus hombres. Las armas nucleares son ideales para los que se retiran, para los que van perdiendo, para los derrotados que aún conservan su infinita capacidad de daño.

Hemos visto la declinación rusa sin que esos temores se materialicen. Dios quiera (ojalá) que los norteamericanos -cuya declinación es notoria e inexorable- no elijan un camino diferente.

Comentarios

Matias dijo…
Aporto una película para reírse un rato de la guerra fría:
"Dr. Strangelove" (de Stanley Kubrick con Peter Sellers).
También sirve para reirse del mito de que TODOS los nazis venían a la Argentina.

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