Modos ejemplares de ser fusilado (XII): Sargento Músico Luciano Isaías Rojas.

Hay una frase ingeniosa que dice que la inteligencia militar es a la inteligencia, lo que la música militar es a la música, y que postula, en ambos casos, la existencia de un oxímoron. Yo sé, en cambio, que la vocación militar y la artística no son forzosamente incompatibles.

Luciano Isaías Rojas había abrazado ambas vocaciones. Era sargento músico en la banda del Regimiento 2 de Infantería, pero también supo alguna vez empuñar el fusil y demostrar su estatura de soldado. Un último gesto antes de morir lo revela de una sensibilidad humana extraordinaria.

El 9 de junio de 1956, un grupo de militares patriotas liderados por el general Juan José Valle se alzó en armas contra la dictadura de Aramburu. La proclama de los sublevados –probablemente escrita por Marechal- no dejaba dudas sobre sus intenciones políticas: democracia sin proscripciones y vigencia irrestricta de la Constitución Nacional. El movimiento insurreccional tenía su epicentro en La Plata, pero se extendía también a Campo de Mayo y Palermo. Eran notoriamente peronistas.

La insurrección fue aplastada a sangre y fuego y sus protagonistas fueron fusilados poco después. Entre ellos, el sargento músico Luciano Isaías Rojas.

La historia detallada de su muerte no la cuentan Rodolfo Walsh ni Horacio Gonzáles ni ningún peronista incorregible; sino Jorge Luis Borges, un rabioso antiperonista que festejó los fusilamientos. Por eso, no dudo de que es estrictamente cierta.

En su diario personal repleto de chismes y habladurías (impiadosamente editado en mil setecientas páginas por Ediciones Destino), Bioy Casares cuenta que Borges le cuenta la historia. A Borges, a su vez, se la contó uno de los protagonistas, uno que empuñaba un fusil tembloroso.

Ese anónimo confidente de Borges era conscripto en el 2 de infantería y una noche nublada lo subieron a un camión y lo llevaron a la vieja Penitenciaría Nacional de la calle Las Heras. En el patio vio, formados en línea, a nueve jefes de su regimiento. Llevaban uniforme de fajina y tenían las manos atadas.

Un capitán los hizo formar frente a los prisioneros en dos filas; los de adelante, con una pierna arrodillada; los de atrás, de pie. Eran cuarenta y nueve conscriptos armados que conformaban un muro erizado de fusiles a dos alturas.

No había luz en ese patio y alguien mandó encender los faros de los camiones. Recién entonces, el anónimo conscripto narrador de esta historia descubrió que entre los prisioneros estaba el sargento músico Luciano Isaías Rojas, el más querido de los jefes de su regimiento.

Al verlo, no pudo contener las lágrimas. El fusil le temblaba. El sargento músico Luciano Isaías Rojas lo miró entonces con ojos comprensivos y -con esa misma voz paternal y cariñosa que usaba en el regimiento- le dijo, señalándose el pecho:

-No es nada, muchacho. Apuntá acá.

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