Modos ejemplares de ser fusilado (VI): Santiago de Liniers

Hoy un fusilamiento bicentenario ejemplar, porque es lindo saber que nadie quiere fusilarte.

Santiago de Liniers era francés por nacimiento y español por voluntad, pero todas sus lindezas las hizo en la tierra que luego se llamaría argentina. Como oficial de marina de la Real Armada había estado en estos pagos en épocas en que Cevallos macheteaba a los portugueses y reconquistaba la Colonia del Sacramento (en esas lides peló también un coronel de mi apellido), pero después volvió a España y participó en la toma de Menorca y en el sitio a Gibraltar.

Volvió al Río de la Plata en 1788 y sólo abandonó la patria hecho –literalmente- cenizas. En 1803 lo nombraron gobernador de Misiones, pero en el seis ya estaba en la Ensenada de Barragán cuando llegaron los ingleses.

La historia es conocida: junto a otros patriotas, Liniers fue protagonista indiscutido de la reconquista en el seis y de la defensa en el siete. Dos veces derrotó a los ingleses –nuestros eternos e inmutables enemigos- comandando a esas milicias populares que serían luego decisivas en la revolución de mayo. En premio a sus afanes, un cabildo abierto depuso a Sobremonte en 1807 y lo nombró Virrey. Era un desacato contra la autoridad del monarca, pero la cosa no pasó a mayores porque el Rey lo dejó pasar.

Popular, carismático y mujeriego, su gobierno gozaba de la estima mayoritaria del pueblo, aunque dicen que se mandó unas cuantas macanas y los españoles más españoles no lo querían por francés. En 1809, Álzaga y Moreno (sí, sí, Álzaga y Moreno juntos) quisieron derrocarlo, pero los patricios de Saavedra lo sostuvieron. Poco después, el gobierno español mandó al sordo Cisneros en su reemplazo.

Los españoles siempre habían sospechado que Liniers era un traidor en potencia y es cierto que había coqueteado un poco con Carlota y un poco con Napoleón; pero cuando estalló la revolución de mayo, inexplicablemente Liniers se puso del lado de los malos. Junto al gobernador de Córdoba, Gutiérrez de la Concha (sepan disculpar las damas), reunió un ejército de mil quinientos hombres para atacar Buenos Aires y reprimir la revolución, pero cuando llegó a Córdoba la expedición “auxiliadora” porteña, sus hombres se dispersaron y Liniers fue tomado prisionero.

La Junta ordenó que lo fusilen. Se suele culpar –quizás con razón- a Moreno por esa decisión infausta, pero lo cierto es que todos los miembros de la Junta –a excepción de Alberti- firmaron la orden.

Algunas órdenes son difíciles de dar, pero mucho más difíciles de cumplir. Es cierto que la Junta estaba en una situación de debilidad y debía mostrarse fuerte. Es cierto que de no hacerlo, la revolución quizás hubiese fracasado como había fracasado la sublevación del Alto Perú el año anterior. Es cierto, también, que si Liniers hubiese triunfado los hubiera fusilado a todos uno por uno. Así y todo, yo soy de los que creen que a los héroes populares no se los fusila, aunque tomen luego un camino equivocado.

Lo mismo pensaban los jefes militares de la expedición revolucionaria. Chiclana, Vieytes, González Balcarce, finalmente también Ortiz de Ocampo, todos se negaron a cumplir la orden. Decidieron llevar al prisionero a Buenos Aires, para que lo fusilen allá si querían. Los miembros de la Junta se alarmaron: Liniers en Buenos Aires podía despertar muchas simpatías populares peligrosas y –rápidos de reflejos- enviaron a Castelli y a French para que los parasen en el camino.

Los interceptaron en el Tigre y, viendo que los oficiales seguían negándose a cumplir la orden, Castelli tomó para sí la responsabilidad de ajusticiar al prisionero, pero así y todo, los problemas continuaron: todos los soldados se fueron negando uno a uno a integrar el pelotón. Finalmente un pequeño grupo de soldados británicos –sus antiguos enemigos- dispararon sobre el cuerpo del héroe de las invasiones inglesas; pero tampoco ellos quisieron darle el tiro de gracia y tuvo que hacerlo French en persona.

Fue enterrado de apuro en una zanja y allí, en una tumba sin nombre, estuvieron sus restos hasta que el presidente Derqui los exhumó y los trasladó a Paraná. Hoy sus cenizas descansan en Cádiz, muy lejos de la ciudad que amó y defendió en los momentos centrales de su vida.

Comentarios

Ulschmidt dijo…
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A las puertas de Nueva Arcadia

Cessas vota precesque,
Tros, ait, Aeneas? Cessas?

¿Por qué apareces, oh Verdad, y me acusas
hermosa, horrenda, implacable obstinada,
con tu dedo, por qué sobre mí
descargas tanto peso en mi conciencia,
por qué me arrastras y me internas
por las grutas de Cronos
para hacerme desolador testigo
de epopeya, que es maldición evocar,
de crimen y traición,
de que es mejor no escuchar,
de que es mejor no saber?

¿Por qué desgarras de emoción mi alma
desencubriendo para mis ojos,
la más grandiosa hazaña épica de toda América,
la Reconquista total de Buenos Aires,
la bravura sobrenatural de las milicias
al mando del glorioso y divino Virrey,
único y genuino Libertador de la Argentina y Padre de la Patria,
sepultada su memoria por diabólicos villanos,
olvidada su memoria por imperdonables idiotas?

¿Por qué a mí, oh Verdad, te me presentas en solitaria noche,
te me desnudas y me muestras tu al espíritu excitante belleza,
para estremecerme la sangre de pavor,
para dejarme clavada tu aguja en mi consciencia,
para robarme con perturbación el sueño,
para echar sobre mi alma testigo el peso,
inllevable, de la oculta conjura de viles, de inicuos,
traidores criminales, reconocidos
por todos y por todos como próceres?

Ya déjame dormir, oh Verdad, ¡vade retro, aléjate!
e infecta con tu sacrosanta peste el alma de otro.

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