La civilización iberoamericana

Arnold Toynbee explicaba la historia de la humanidad como la historia de las civilizaciones. En su monumental "Estudio de la Historia", identificó veintiuna civilizaciones en total, contando las vivas (sínica, hindú, islámica, occidental y cristiana ortodoxa), las muertas y las fosilizadas. La idea es -quizás- fácilmente refutable, pero causa mucha convicción. Quizás por eso algunos autores -entre los que se destaca Huntington- siguen dándole vueltas a este discurso civilizacional.

Cuando leí el "Estudio de la Historia" -gracias a mi amigo Marcelo, que sabe recomendar libros- lamenté que el autor nos incluyese dentro de la civilización occidental. Me pareció que era una desidia de su parte. Siguiendo sus propias reglas, era posible advertir que Latinoamérica no podía considerarse sin más una parte de la civilización occidental. Parecía más bien que el contacto entre las civilizaciones occidental (viva) y andina y mexicana (muertas), había producido el nacimiento de una nueva civilización filial, distinta tanto de una como de otras. Toynbee no lo vio así y apenas se limitó a indicar que las civilizaciones andina y mexicana habían dejado en sudamérica un germen de posible respuesta civilizacional que -a lo mejor- podía manifestarse abiertamente en el futuro. Huntington -en cambio- nos colocó en un lugar diferente en su libro "Quiénes somos", libro que él escribió con alarma y que uno lee con esperanza.

Hoy descubrí asombrado que también Carlos Escudé propone nuestra singularidad y señala -acertadísimamente- nuestras luces y nuestras sombras.

La nota se publicó hoy en La Nación y puede leerse aquí.

No se la pierdan.

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