Borges y la matemática
La palabra Borges, que hoy se usa para designar eventos culturales, entregas de premios, calles y centros de estudios, alguna vez habrá servido (yo no existía y por eso no lo recuerdo) para nombrar a Borges. En aquella remota época, el nombre se usaría solo o –a lo sumo- antecedido del pronombre jorgeluis. Ahora es inevitable rodearlo de laberintos, bibliotecas, cuchilleros y nombres escandinavos. Cuando yo era muy chico, mi madre me sugirió (con la benevolencia y obligatoriedad que llevan implícitas las sugerencias maternales) la lectura de Borges. Creo que mi padre no aprobaba esa idea por vanas razones políticas y le hubiese gustado que a mi me gustaran los clásicos. A los tres años me abrumaba con Mozart en el tocadiscos y llegó a regalarme un ejemplar de la Ilíada, lo que me alejó para siempre de la música clásica y la literatura griega. A esa sugerencia materna (que nunca he agradecido suficientemente) debo la alegre compañía de la voz de Borges y el gusto por la literatura. Sobr...