Modos ejemplares de ser fusilado: Felipe Ángeles

Las fotos lo muestran mexicano, militar y con bigote. Felipe Ángeles fue uno de los pocos oficiales profesionales del ejército de Porfirio Díaz que se plegó de inmediato a la revolución y no la abandonó hasta su muerte.

Después del porfiriato, la revolución pasó a ser un estallido un tanto caótico en el que resultaba difícil distinguir a los buenos y a los malos (el único malo inconfundiblemente malo fue Huerta). Por eso, no es de extrañar que Villa y Zapata estuvieran en varias oportunidades enfrentados uno al otro.

Ángeles se embarró bien embarrado en la política revolucionaria. Fiel a Francisco Madero, combatió a Zapata en Morelos, pero algunos años después consiguió el ingreso de Zapata a la Convención Nacional. A las órdenes de Venustiano Carranza, enfrentó a Villa en el norte, pero luego se pasó de bando y comandó la artillería villista en las batallas de Torreón y Zacatecas y encabezó la vanguardia que tomó Ciudad de México. Después volvió a enfrentarse a Villa.

Había nacido en el Estado de Hidalgo a fines del siglo diecinueve. Nadie duda de que era valiente.

En 1918 intentó liderar una revuelta contra Carranza, pero fue derrotado y tomado prisionero. De inmediato –como es usual en estos casos- se iniciaron los preparativos para que sea juzgado, condenado y fusilado. Hubo, sin embargo, dos complicaciones de importancia.

Primero fue la viuda de Francisco Madero –aquel mítico y primer presidente constitucionalista que encabezó la revolución contra Porfirio Díaz-, que envió una carta pública al Congreso pidiendo por la vida del prisionero. Argumentaba apasionadamente sobre los servicios que Ángeles había prestado a la revolución en su primer momento, los que lo hacían merecedor –al menos- de la conmutación de la pena capital por la de prisión.

El recuerdo de Madero era impactante, sobre todo para Carranza que presumía de ser su continuador. Además, los miembros del consejo de guerra podían ser implacables y crueles, sanguinarios incluso, pero -mexicanos al fin- se conmovían inevitablemente con el llanto de una mujer.

El segundo problema fue todavía más problemático. El presidente de los Estados Unidos de América envió también su nota al Congreso pidiendo que se perdone la vida al prisionero. A ningún mexicano lo conmueven los pedidos de un presidente gringo, pero nadie come vidrio tampoco.

Así estaban atribulados los miembros del consejo de guerra –y los diputados del congreso nacional- dudando en si debían cumplir con su deber y fusilar al reo como Dios manda; cuando Felipe Ángeles pidió que se lo escuchara.

Ahí les dijo bien clarito: que si lo tenían que fusilar, lo fusilen; que no sean cagones y que no se dejen correr por una vieja y un gringo.

Murió fusilado en Chihuahua, el 26 de noviembre de 1919. Los corridos mexicanos ponen estas últimas palabras en su boca: “apúntenme al corazón / no me demuestren tristeza / a los hombres como yo / no se les da en la cabeza”

Comentarios

Matias dijo…
Que pluma dotada, doctor, que manera de escribir dulcemente sobre temas terribles...
matilda dijo…
y q podamos leer con interés sobre algo q uno desconoce

a ver los próximos...

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