Modos ejemplares de ser fusilado (III): El reo de Lugones

Se trata, en este caso, de un fusilamiento literario, aunque algunos dicen que la historia sucedió de verdad y lo cierto es que es tan extraordinaria que hasta podría ser verdadera. La cuenta Lugones en los “Romances del Río Seco”.

En nuestras guerras civiles del siglo diecinueve, nadie se andaba con muchos remilgos a la hora de fusilar prisioneros enemigos y se usaba mucho cortar cabezas y airearlas en picas. Pero ese impulso homicida se desinflaba un poco cuando llegaba la hora de ajusticiar a los desertores de la tropa propia. La explicación es sencilla: en nuestras crueles provincias no abundaba la gente y era un verdadero desperdicio andar ultimando a quienes aun podían combatir.

No digo que se les perdonara la vida, no; porque algún castigo debía haber (y sólo la pena capital es suficientemente amenazadora para hombres habituados a la batalla y al degüello), pero se habían inventado divertidas maneras de combinar el castigo y el perdón.

La mejor, y la más habitual, era la "quintada", procedimiento que consistía en colocar a todos los desertores en fila y numerarlos al azar (generalmente quien los numeraba tenía vendados los ojos). Acto seguido, se fusilaba a los que les había tocado el número cinco. Eso funcionaba como un escarmiento ejemplificador, pero también permitía reciclar a la mayoría de los desertores.

Había también otros procedimientos perdonadores. Entre ellos, una tradición que indicaba que el desertor sentenciado a muerte salvaba su vida si alguna mujer estaba dispuesta a casarse con él.

La historia sucedió luego de la batalla de Quebracho Herrado y el reo era un desertor de las tropas federales de Oribe. La noche previa a su ejecución le ofrecieron un último deseo y el prisionero pidió una guitarra y cantó toda la noche y bailó incluso con la mujer del sargento. Al día siguiente, parado frente al pelotón de fusilamiento con los ojos vendados, escuchó una voz de mujer que decía que no lo maten, que estaba dispuesta a casarse con el prisionero. El final, nos lo cuenta Lugones:

Con lo cual bien los asombra
cuando ruega muy entero,
que los ojos le desaten
porque quiere ver primero.

Y en cuanto echa su vistazo,
“no me conviene la prenda”
dice con resolución,
y vuelve a pedir la venda.

No sé que creerán ustedes,
mas yo tengo para mí,
que merece algún respeto
quien sabe morir así.

Comentarios

AVISO EN LA WEB dijo…
Muy buen finde…!!!
Saludos, Jorge de Monte Grande
AVISO EN LA WEB
matilda dijo…
leyendo el último libro de larraqui/y, varios fusilamientos, aunq pocos (uno?) "heroicos" como los relatados x aquí

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